Escena de lectura - Qué alivio
A lo largo de este camino en Taller encontré un gran espacio para reflejar en palabras algunas situaciones y anécdotas que he vivido. Recuerdo que, cuando la consigna me lo permitía, disfrutaba de armar la escritura en torno a mi gran pasión: Racing.
Escribí sobre momentos de felicidad extrema como la obtención de un título con un viaje de por medio a Mar del Plata con mis hermanos y amigos. También sobre situaciones jocosas propias del folklore del fútbol como cargar, tras triunfo histórico en febrero, al sodero del Rojo que viene a casa. Esta vez me referiré a un momento vivido que nos enseñó mucho a los hinchas de Racing, pero que a la vez no queremos volver a transitar nunca más.
Año 2008, 30 de junio: la maldita Promoción. Tras haber empatado 1-1 en Córdoba en el partido de ida, todo se tenía que definir en Avellaneda. Recuerdo, como si hubiera sido ayer, el nerviosismo que invadía mi cuerpo por esos días. Porque si bien era chico, yo ya era fanático de Racing y comprendía a la perfección la situación que el club estaba atravesando. Por esos tiempos, eran más los disgustos que las alegrías; eran más los planteles 'medio pelo' que los planteles conformados para pelear por grandes objetivo; eran noticias las peleas e internas dirigenciales y no obras o proyectos nuevos de infraestructura que apuntaran a la modernización; era común que Racing fuera noticia por aspectos negativos que por positivos. Era una realidad.
Si bien la campaña de esos años no había sido para nada buena creo que nunca llegué a tomar real dimensión de lo que vivimos en ese año. Seguramente porque era mucho más chico y me imagino transitando esa misma situación pero con la edad actual. Es totalmente contrafáctico, pero supongo que me dolería el triple. O capaz no. De chico me enojaba mucho más.
Domingo invernal y sumamente soleado. El partido se jugaba por la tarde. La intranquilidad y el miedo eran estados de ánimo que inevitablemente se hacían presentes. Pero también la esperanza, la ilusión y la alegría que siempre implica ir al Coliseo mágico. El encuentro de ida fue parejo, empezamos ganando y nos lo empataron por una desinteligencia defensiva. Lo positivo es que, al ser Racing el equipo de Primera, poseía ventaja deportiva y el gol de visitante pasaba a cobrar mayor valía aún.
Almorzamos y bien abrigados partimos rumbo al estadio. Pese al temor que estaba rondando en la atmósfera recuerdo el disfrute pleno de aquel viaje cruzando Capital desde Olivos hasta Avellaneda. El tránsito era enorme, pero por suerte supimos salir con mucha anticipación. Durante todo el recorrido las bocinas como símbolo de fiesta estuvieron presentes. Las banderas colgadas en los vidrios traseros de los autos también. Cada persona que vestía de celeste y blanco y localizaba a otro igual le gritaba: "hoy nos quedamos, vamos Academia". Me fascina ir a la cancha y me fascina la previa. Ese día fue una fiesta desde que me subí al auto. La ciudad estaba invadida por hinchas de Racing. Todos, desde diferentes lugares, íbamos al mismo punto de encuentro. Todos íbamos para alentar hasta quedarnos sin voz, y todos sabíamos que era un gran día.
El Cilindro estuvo como nunca antes lo había visto. Simeone una vez dijo: "El hincha de Racing es así. Cuando las cosas van mal, más gente viene". Y fue así. Pero no solamente esa tarde. Siempre fue así. La sensación de ir subiendo las escaleras e ir escuchando con más cercanía el ruido de los bombos, de las trompetas, de la multitud cantar para mí es impagable. Desbordaba de gente en todos los sectores. Belgrano también colmó todas las localidades disponibles. El marco era excepcional, no cabía un alfiler.
Esa tarde nos ubicamos en unos de los laterales, en la parte baja del estadio. Con un golazo de Maxi Moralez ganamos 1-0 en un partido luchadísimo no apto para cardíacos. No paramos de sufrir en ningún momento. Belgrano mereció un poco más, fue más que digna su actuación. Ese día, Bustos, un exdelantero del equipo cordobés se perdió un gol insólito enfrente del arco y ¡sin arquero! Sí, en serio. Cada vez que lo vuelvo a ver sigo sin poder creerlo y pienso que va a entrar. Estuvimos iluminados. No nos podíamos ir. Recuerdo patente que por mi baja estatura, en ese sector del estadio donde están todos parados, no pude observar a la perfección todas las acciones. Claro, me tapaban bastante. Y nunca me voy a olvidar que hasta por momentos, desde abajo entre todas las piernas, me puse a escuchar el partido por la radio de mi papá.
Con el correr de los minutos, la gente alentaba más y más. Cuando el equipo parecía quedarse, la gente hacía todo desde las tribunas para levantarlos. Y siempre pienso: ¿cómo no te vas a motivar con esta hinchada que no para de cantar ni un segundo?
Sufrimos más de lo que estábamos acostumbrados. Y eso que somos Racing... Pero nos teníamos que quedar en Primera. Y por suerte pudimos lograr el objetivo. El Cilindro fue el lugar de un desahogo masivo ese día. Pudimos respirar más aliviados. Volvimos a casa habiendo cumplido. Mi papá, mis hermanos y yo volvimos más que contentos. Volvimos sabiendo que Racing no podía volver a pasar por una situación tan angustiante y crítica como esa nunca más.
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