Autobiografías

Consigna: Como para ir empezando con actividades, les encargo leer del cuadernillo de Autobiografía la parte 2. Autobiografías de escritores y las dos de estudiantes (en el apartado 5), pensar y responder en un texto las siguientes cuestiones:
¿Alguna autobiografía se distancia de las características canónicas del género? (fijarse en el prólogo de Beatriz Sarlo al libro Primera persona (pp.31-33), y los textos de Phillipe Lejeune (pp. 83-86), Silvia Molloy (p. 86) y Juan Carlos Gorlier (pp. 88-91)) ¿En qué? Describirla. 
¿Qué imagen del autor construye cada una de las autobiografías? ¿Cómo lo logra? Marque en el texto y cite las zonas donde puede leerse esa imagen.
¿Hay ejes, temas, procedimientos que estructuren el relato?
¿Cuáles son los recursos o procedimientos que más le llamaron la atención? Señale y cite los fragmentos pertinentes.
¿Cuál es la que le resulta más atractiva? ¿Por qué?
¿Qué tópicos y formas tomaría prestados o "robaría" para escribir una autobiografía propia?

Héctor Tizón narra una autobiografía retrospectiva en prosa contando su propia existencia de vida. Podríamos decir que allí sí sigue el lineamiento “principal” de autobiografía que esgrima Philippe Lejeune, aunque no nos cuenta una génesis de su personalidad.
En términos de Juan Carlos Gorlier, en el comienzo, la autobiografía nos daba la sensación a los lectores que iba a hablar y a referirse acerca de la historia de la personalidad de Tizón, pero rápida y drásticamente el narrador opta por el camino de los “pequeños relatos” (de eventos que parecen haber ocurrido en tiempos diferentes de su vida, que no mantienen entre ellos una relación estrecha  y constante de continuidad ni una cronología exacta), de anécdotas mundanas (algunas ni siquiera de su persona como la de los indios semidesnudos vendiendo pescado fresco), y de lo irrelevante (como la breve descripción de la casa de su abuela).
Para la construcción de la narración como una autobiografía, Tizón articula diferentes sucesos que se encuentran almacenados en su memoria y son reproducidos mediante el recuerdo y su verbalización (Sylvia Molloy). Por nombrar algunos, sus vacaciones de verano (sin determinar el tiempo concreto del acontecimiento, como un recuerdos vago de experiencia fragmentaria), pasando por una presentación de su abuelo, hasta el momento de inscribirse en la Universidad. 

Alberto Laiseca arranca su escrito poniendo en duda la honestidad que va a volcar sobre su autobiografía. Es decir, va contra la idea del pacto referencial del que habla Lejeune: "Yo juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad". Tampoco sigue un orden cronólogico a la hora de contar. Como diría Juan Cruz Gorlier, Laiseca invoca la autoridad de su propia existencia y menciona algunos episodios de su vida: sus estudios, su cambio de religión, la muchísima gente que conoció, a la guerra que estuvo cerca de ir.
Lo último que narra, y a lo que le dedica más renglones es sobre su vida en las pensiones. Lo que le enseñaron allí, lo poco que ganaba y sus problemas para convivir con las personas de allí. Puntualmente focaliza en dos hermanos: Juan Carlos y Luis Soria. Demuestra cierta inclinación hacia la escritura; allí encontró la única forma de poder librarse de ellos. 

Osvaldo Soriano es el primero que se aleja de la definición de autobiografía en lo que concierne a la estructura de la narración: no está en prosa. Sin embargo, su perspectiva es fundamentalmente retrospectiva y nos cuenta sobre su personalidad, sobre sus gustos.
Empieza contándonos sobre su primer libro leído y nos menciona que por Raymond Chandler encontró la inspiración para escribir historias con muchos diálogos. Todo lo que continúa está circunscripto a su fascinación por los gatos y a momentos de su vida en donde un felino estuvo presente. En todas sus novelas hay un gato presente. Se define metiéndose en la piel de uno de ellos: perezoso y distante.
Concluye sosteniendo que él no tiene ninguna biografía y que los gatos se la inventarán.

La genésis de la personalidad se ve a la perfección en el texto de Hebe Uhart. Empieza contándonos su edad y luego, de manera concisa y sin vueltas, hace un recorrido sobre las cosas que le gustan: vivir en un barrio medio, viajar, leer solamente lo que piensa que le va a agradar; y las cosas que no le gustan también las detalla haciendo principal hincapié en su rechazo a las ideas apocalípticas sobre los jóvenes, en que el mundo se va a destruir, en que el tango va a morir.

Sylvia Molloy denota cierta melancolía al referirse a Buenos Aires desde Nueva York. Como si quisiera volver el tiempo atrás y disfrutar del país donde nació. Fantasea y retoma lugares, no así relaciones con personas ni momentos vividos: "Por ejemplo, me veo de nuevo viviendo en Palermo, me veo comprando remedios en la misma farmacia, comida en el mismo almacén de entonces".
Menciona que su madre falleció y que desde entonces no pudo abrir su libreta de teléfonos, no pudo transportarse mediante voces familiares a esos tiempos en la Argentina.
Tiene flashbacks al escuchar los ladridos del mismo perro al atardecer; se traslada automáticamente a su infancia, a cuando escuchaba a los perros ladrar en la casa del fondo mientras realizaba sus deberes.
A la distancia, en el norte del continente americano, me da la sensación de que Sylvia extraña sus pagos.

El recorrido de la autobiografía de Vlady Kociancich está trazado principalmente por su crianza combinada entre rasgos europeos, por su familia paterna, y rasgos argentinos por el lado de su mamá. Se ve claramente el contraste en cuanto al éxito literario que no obtuvo en Buenos Aires y sí en el viejo continente: "No tenía plata para pagarme un taxi en Buenos Aires ni una cena en Bachín, pero en Europa me alojaba en los grandes hoteles, comía en los mejores restaurantes y tomaba mi copa de champagne en la Ópera de Viena".
Concluye sentenciando que a Buenos Aires, lugar donde nació y donde se crió le debe "un amor por su gente..."; a Europa "una identidad de escritora..."

La autobiografía de Ricardo Piglia me resulta interesante y distintiva. Cuenta sobre sus "dos vidas" al movilizarse de forma seguida de una ciudad a otra: "...con otros amigos y otras circulaciones en cada lugar". Pero lo que no cambiaba era su vida de hotel. Y es allí, en los dos hoteles donde se alojaba que encuentra cartas y lo vincula consigo mismo: en uno encuentra cartas firmadas por Angelita; en el otro encuentra la respueta de un hombre a esas cartas de Angelita. 
Piglia concluye que, al igual que él, habían otras dos personas viviendo en "mundos escindidos". Le parece raro encontrar esos rastros de dos personas diferentes que se encuentran conectadas y a las que él no conoce en dos lugares diferentes en donde estuvo presente. Creer o reventar. 

Concluimos con la autobiografía de Rodolfo Walsh. En esta autobiografía podemos notar un orden cronológico en la narración. Menciona a los integrantes de su familia y a los muchos oficios que tuvo. Su vocación, ser aviador, no la pudo cumplir y sí lo hizo su hermano. Comenta sobre sus primeras experiencas en la escritura literaria y cómo un chiste en su adolescencia hizo que se viera inferior a otros y dejara de hacerlo por algunos años.
Concluye diciendo que lo que más necesita es tiempo si quisiera seguir escribiendo; demuestra ser un hombre libre y abierto a seguir aprendiendo constantemente: "...aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo". 



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