"14 de diciembre" - Cuento propio
Consigna: Elegir uno de los objetos significativos que buscaron: escribir un
cuento en el que el objeto sea importante para el narrador o narradora.
El 14 de diciembre ya es un día absolutamente especial para cada hincha de Racing. Porque en 2014, tras trece años sin títulos volvimos a dar la vuelta olímpica. Y porque también el último 14 de diciembre, en 2019, gritamos nuevamente campeón. Es una fecha que nos trae hermosos recuerdos. Es automáticamente trasladarnos a aquella calurosa noche de domingo con un Cilindro desbordado; al centro de Díaz y al gol de Centurión; al estallido y la felicidad de millones de académicos por todo el mundo; al llanto de Milito, de Bou, de Cocca, de Videla; a la multitud celeste y blanca marchando por Avellaneda y calentando aún más la zona del Obelisco; a volver a tocar el cielo con las manos, ese que mi generación nunca había alcanzado; a ocupar nuevamente el lugar del que nunca nos debimos ir. Sin dudas esa jornada fue una de las más felices de mi vida. Pero les voy a decir algo... No voy a referirme a aquel 14 del veinte catorce. En esta oportunidad, opto por el último, el que está fresco y latente en mi memoria. El también, y recontra caluroso, 14 del veinte diecinueve.
A mediados del año pasado ya era oficial la información que decía que el partido entre Racing (campeón de la Superliga) y Tigre (vencedor de la Copa Superliga) contaría como un título oficial más de carácter nacional. Sí, ¡mediados! Faltaba una eternidad hasta llegar al mes de diciembre. Y se terminó haciendo aún más larga la espera porque en el medio, tras consagrarnos en la primera parte del año, lo que siguió no fue muy bueno. El nivel del equipo mermó considerablemente. La famosa "relajación" de la que los propios protagonistas hablan. Pero en el horizonte se veía esa final ante el Matador. Yo no me la sacaba de la cabeza.
Primero, se oficializó la fecha. Se rumoreaba que iba a ser en diciembre, y si de diciembre hablamos, ¿qué otro día iba a ser? Era un presagio, una linda señal...
Luego, la sede: el Estadio José María Minella, en Mar del Plata. Recuerdo la conversación con mis hermanos en WhatsApp apenas se dio a conocer la noticia. Yo ya estaba entusiasmado y se los había hecho saber a mis hermanos. No había chances de que no fuéramos. Ni una sola chance. Porque pensaba en mi interior que ese sería el primer viaje con ellos, recorriendo más de cuatroscientos kilómetros para ver al club que tanto amamos y buscando un nuevo trofeo. Más perfecto imposible. En realidad, hubiera sido más perfecto con la presencia de mi papá, pero se le complicaba ir por trabajo. Pero a pesar de eso, igualmente estaba tan contentos como nosotros.
Con bastante anticipación habíamos empezado a diagramar el viaje. Agustín, mi hermano mayor, y yo éramos los más activos en cuanto a la organización. Quería que no se nos escapara ni un detalle. El partido caía un sábado y ya les había pedido a Agustín y Ramiro que se pidieran el fin de semana. Que hicieran todo lo posible en el trabajo para que pudiéramos ir. Con el correr de los días también iba hablando con Franco, un amigo con el que juego al fútbol, también hincha de Racing. Su nivel de entusiasmo iba a la par del mío. Al principio él iba a ir con su primo y nos íbamos a encontrar en Mardel, pero por alguna razón que no recuerdo se terminó bajando su familiar y nos consultó si se podía sumar con nosotros. Ni lo dudamos.
La venta de localidades fue una semana antes del partido, únicamente en las boleterías del Cilindro. Madrugamos con Fran y fuimos juntos a sacar las entradas. Qué calor que hacía... Por suerte nos llevamos agua, comida y mate. Había una expectativa enorme. Nosotros llegamos alrededor de las ocho de la mañana y ya había una larga fila sobre Calle Milito. Con el correr de las horas llegó hasta la cancha de los vecinos. Estuvimos tres horas, pero fue una espera amena y divertida con Franquito. Nunca temimos que nos quedáramos sin entradas porque, afortunadamente, habíamos llegado temprano. Con las cuatro populares en mano y la satisfacción, la esperanza y una nueva ilusión en marcha, nos volvimos para casa.
Preparamos de todo: compramos bengalas de humo celestes y blancas, banderas, un redoblante y unas cuantas botellas de alcohol. Franco fue el conductor designado. Yo, el copiloto. Salimos un viernes y arribamos a destino a eso de las once y media. Habíamos pagado hospedaje en un hotel bien austero por dos noches.
La propuesta era clara: levantarnos bien temprano el sábado para ir a pasar el día y hacer la previa del partido en Playa Varese. Allí era el punto de encuentro del pueblo racinguista. Llevamos nuestra heladerita, las banderas, una pelota y nos dirigimos allá.
Fue una locura esa playa. Se fue colmando a medida que la hora del partido se iba acercando. Era raro ver gente que no tuviera algo que lo identificara con Racing. Como si el intendente de la ciudad nos hubiera cerrado la playa solo para nosotros, los hinchas. Música, fútbol-tenis, mucho fernet y mucha cerveza. También, obviamente mucho Racing. Si algo no faltó fue la fiesta. Bombos, banderas y muchos de nuestros temas cantados. Mucho pogo y empujón. Si algún turista había elegido esa playa, ese día, había tomado la peor decisión. No se paró de cantar ni un segundo. Porque la gran mayoría de los que estábamos allí habíamos viajado con una misma ilusión: volver a gritar campeón.
Una hora y cuarto antes del arranque del partido partimos en auto rumbo al estadio. Seguía acompañándonos el fernet y la cerveza. Seguíamos cantando, cada vez con más fuerza "Muchachos" y "Para ser campeón". Estábamos felices, estábamos disfrutando. Estábamos donde queríamos. Pero también queríamos que la fiesta fuera completa.
Al Minella llegamos con tiempo. En el medio, por desconocer los ingresos, nos cruzamos con unos cuantos hinchas de Tigre. No estaban muy bien delimitados ni con la cantidad de policías que ameritaba la situación. Pero como estábamos en auto pudimos pasar rápido sin ningún inconveniente.
Nos ubicamos en la cabecera, a la derecha de La Guardia Imperial. Sabíamos que tenía que ser nuestro día. Si bien no llegábamos con buenos rendimientos futbolísticos y Tigre sí, éramos indiscutidamente los favoritos. El Minella se tiñó de celeste y blanco. Las veinte mil localidades que tenía Racing a disposición fueron vendidas. No cabía ni un alfiler. El calor por las altas temperaturas ahí se sentía el triple. Y fue una fiesta de principio a fin. La fiesta fue toda nuestra. En la tribunas, como siempre, y en la cancha. No brillamos pero supimos golpear en los momentos justos. El paraguayo Rojas tuvo su tarde soñada y se despachó con un doblete; Montoya, que venía con un nivel irregular, la rompió; Arias respondió en momentos trascendentales con atajadas formidables. Ganamos por jerarquía, hicimos notar la superioridad de categoría. Jugamos un partido de manera inteligente y levantamos bien alto el Trofeo de Campeones. Dos títulos en un año. El gran "Chacho" Coudet se despidió como se lo merecía.
Cantamos, nos quedamos afónicos, saltamos, nos abrazamos. Las secuencias más lindas son estas, en la tribuna, con la gente que más querés. Fue una experiencia única e inolvidable. Con miles de momentos hermosos que pasamos en menos de dos días. Esos viajes que permanecerán siempre en mi memoria. Y por eso guardo esta entrada. Arrugada y despintada. Se ve que desde la organización no invirtieron mucho en ella. Pero, ¿a quién le importa? A mí me traslada automáticamente a esos momentos que jamás olvidaré de ese 14 de diciembre.
14 de diciembre
A mediados del año pasado ya era oficial la información que decía que el partido entre Racing (campeón de la Superliga) y Tigre (vencedor de la Copa Superliga) contaría como un título oficial más de carácter nacional. Sí, ¡mediados! Faltaba una eternidad hasta llegar al mes de diciembre. Y se terminó haciendo aún más larga la espera porque en el medio, tras consagrarnos en la primera parte del año, lo que siguió no fue muy bueno. El nivel del equipo mermó considerablemente. La famosa "relajación" de la que los propios protagonistas hablan. Pero en el horizonte se veía esa final ante el Matador. Yo no me la sacaba de la cabeza.
Primero, se oficializó la fecha. Se rumoreaba que iba a ser en diciembre, y si de diciembre hablamos, ¿qué otro día iba a ser? Era un presagio, una linda señal...
Luego, la sede: el Estadio José María Minella, en Mar del Plata. Recuerdo la conversación con mis hermanos en WhatsApp apenas se dio a conocer la noticia. Yo ya estaba entusiasmado y se los había hecho saber a mis hermanos. No había chances de que no fuéramos. Ni una sola chance. Porque pensaba en mi interior que ese sería el primer viaje con ellos, recorriendo más de cuatroscientos kilómetros para ver al club que tanto amamos y buscando un nuevo trofeo. Más perfecto imposible. En realidad, hubiera sido más perfecto con la presencia de mi papá, pero se le complicaba ir por trabajo. Pero a pesar de eso, igualmente estaba tan contentos como nosotros.
Con bastante anticipación habíamos empezado a diagramar el viaje. Agustín, mi hermano mayor, y yo éramos los más activos en cuanto a la organización. Quería que no se nos escapara ni un detalle. El partido caía un sábado y ya les había pedido a Agustín y Ramiro que se pidieran el fin de semana. Que hicieran todo lo posible en el trabajo para que pudiéramos ir. Con el correr de los días también iba hablando con Franco, un amigo con el que juego al fútbol, también hincha de Racing. Su nivel de entusiasmo iba a la par del mío. Al principio él iba a ir con su primo y nos íbamos a encontrar en Mardel, pero por alguna razón que no recuerdo se terminó bajando su familiar y nos consultó si se podía sumar con nosotros. Ni lo dudamos.
La venta de localidades fue una semana antes del partido, únicamente en las boleterías del Cilindro. Madrugamos con Fran y fuimos juntos a sacar las entradas. Qué calor que hacía... Por suerte nos llevamos agua, comida y mate. Había una expectativa enorme. Nosotros llegamos alrededor de las ocho de la mañana y ya había una larga fila sobre Calle Milito. Con el correr de las horas llegó hasta la cancha de los vecinos. Estuvimos tres horas, pero fue una espera amena y divertida con Franquito. Nunca temimos que nos quedáramos sin entradas porque, afortunadamente, habíamos llegado temprano. Con las cuatro populares en mano y la satisfacción, la esperanza y una nueva ilusión en marcha, nos volvimos para casa.
Preparamos de todo: compramos bengalas de humo celestes y blancas, banderas, un redoblante y unas cuantas botellas de alcohol. Franco fue el conductor designado. Yo, el copiloto. Salimos un viernes y arribamos a destino a eso de las once y media. Habíamos pagado hospedaje en un hotel bien austero por dos noches.
La propuesta era clara: levantarnos bien temprano el sábado para ir a pasar el día y hacer la previa del partido en Playa Varese. Allí era el punto de encuentro del pueblo racinguista. Llevamos nuestra heladerita, las banderas, una pelota y nos dirigimos allá.
Fue una locura esa playa. Se fue colmando a medida que la hora del partido se iba acercando. Era raro ver gente que no tuviera algo que lo identificara con Racing. Como si el intendente de la ciudad nos hubiera cerrado la playa solo para nosotros, los hinchas. Música, fútbol-tenis, mucho fernet y mucha cerveza. También, obviamente mucho Racing. Si algo no faltó fue la fiesta. Bombos, banderas y muchos de nuestros temas cantados. Mucho pogo y empujón. Si algún turista había elegido esa playa, ese día, había tomado la peor decisión. No se paró de cantar ni un segundo. Porque la gran mayoría de los que estábamos allí habíamos viajado con una misma ilusión: volver a gritar campeón.
Una hora y cuarto antes del arranque del partido partimos en auto rumbo al estadio. Seguía acompañándonos el fernet y la cerveza. Seguíamos cantando, cada vez con más fuerza "Muchachos" y "Para ser campeón". Estábamos felices, estábamos disfrutando. Estábamos donde queríamos. Pero también queríamos que la fiesta fuera completa.
Al Minella llegamos con tiempo. En el medio, por desconocer los ingresos, nos cruzamos con unos cuantos hinchas de Tigre. No estaban muy bien delimitados ni con la cantidad de policías que ameritaba la situación. Pero como estábamos en auto pudimos pasar rápido sin ningún inconveniente.
Nos ubicamos en la cabecera, a la derecha de La Guardia Imperial. Sabíamos que tenía que ser nuestro día. Si bien no llegábamos con buenos rendimientos futbolísticos y Tigre sí, éramos indiscutidamente los favoritos. El Minella se tiñó de celeste y blanco. Las veinte mil localidades que tenía Racing a disposición fueron vendidas. No cabía ni un alfiler. El calor por las altas temperaturas ahí se sentía el triple. Y fue una fiesta de principio a fin. La fiesta fue toda nuestra. En la tribunas, como siempre, y en la cancha. No brillamos pero supimos golpear en los momentos justos. El paraguayo Rojas tuvo su tarde soñada y se despachó con un doblete; Montoya, que venía con un nivel irregular, la rompió; Arias respondió en momentos trascendentales con atajadas formidables. Ganamos por jerarquía, hicimos notar la superioridad de categoría. Jugamos un partido de manera inteligente y levantamos bien alto el Trofeo de Campeones. Dos títulos en un año. El gran "Chacho" Coudet se despidió como se lo merecía.
Cantamos, nos quedamos afónicos, saltamos, nos abrazamos. Las secuencias más lindas son estas, en la tribuna, con la gente que más querés. Fue una experiencia única e inolvidable. Con miles de momentos hermosos que pasamos en menos de dos días. Esos viajes que permanecerán siempre en mi memoria. Y por eso guardo esta entrada. Arrugada y despintada. Se ve que desde la organización no invirtieron mucho en ella. Pero, ¿a quién le importa? A mí me traslada automáticamente a esos momentos que jamás olvidaré de ese 14 de diciembre.
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