"La ley de la vida", de Jack London
Consigna: Leer "La ley de la vida" de Jack London, en la nota de lectura atender a cómo entra la historia de la caza del alce en la historia principal, para qué está ahí, y cómo utiliza el narrador a los objetos para construir el escenario.
En este cuento, London se centra en los últimos momentos en vida de Koskoosh, un anciano con ceguera, perteneciente a una tribu, que asume y acepta que está en el epílogo de su existencia. No se quejaba en lo absoluto, entendía que ya su propósito como ser humano e integrante de esa tribu, estaba realizado: "Soy como una hoja del último invierno, apenas sujeta a la rama. Al primer soplo me desprenderé". Una de las costumbres de esa etnia era continuar con su camino, pero sin los seniles. Le daba tristeza cuando, solamente con la compañía de un montoncito de ramas secas, recordaba a aquellos hijos que no se habían despedido de sus padres cuando a la tribu le tocaba marchar. Su hijo no fue así y él se lo agradeció.
A medida que va desarrollándose la narración, Koskoosh va arrojando las ramitas con las que contaba al fuego, y procede a seguir meditando. Sigue abordando el tema de la muerte. Lo lleva a los animales (conejos, ardillas, osos) y cómo también los atraviesa a ellos esta ley. La naturaleza designaba una misión de vida. Si se cumplía o no, no importaba. El ciclo culminaba de la misma forma para todos: con la muerte.
El anciano seguía tirando ramitas al fuego, para mantenerlo vivo, para poder continuar relatando ciertas vivencias. Cuenta cuando un día de joven y en épocas de abundancia, junto a Zing-ha, seguramente un compañero de tribu, vio cómo lobos acosaban y derribaban a un alce. Recuerda con precisión lo acontecido ese día y cómo atormentaron y hostigaron al alce hasta matarlo, pese a los reiterados intentos de éste por sobrevivir. Zing-ha le había explicado a Koskoosh que ese alce ya era viejo, que no podía seguir al rebaño y que su misión ya había terminado.
Poco a poco, mientras seguía rememorando días de su juventud, el fuego (y su vida) comenzó a apagarse y el frío (el terror y la posterior muerte) lo invadió por completo. De un momento a otro, el viejo notó la presencia de un lobo que le respiraba cada vez más cerca. Por su instinto de supervivencia, se defendió con una de las ramitas que estaban en el fuego y el animal se retiró. Pero no definitivamente, sino para volver con sus hermanos y rodearlo. Ahí, Koskoosh supo que ya de nada servía aferrarse a la vida, que los intentos por subsistir, como el del alce, eran en vanos. Su misión ya estaba cumplida.
En este cuento, London se centra en los últimos momentos en vida de Koskoosh, un anciano con ceguera, perteneciente a una tribu, que asume y acepta que está en el epílogo de su existencia. No se quejaba en lo absoluto, entendía que ya su propósito como ser humano e integrante de esa tribu, estaba realizado: "Soy como una hoja del último invierno, apenas sujeta a la rama. Al primer soplo me desprenderé". Una de las costumbres de esa etnia era continuar con su camino, pero sin los seniles. Le daba tristeza cuando, solamente con la compañía de un montoncito de ramas secas, recordaba a aquellos hijos que no se habían despedido de sus padres cuando a la tribu le tocaba marchar. Su hijo no fue así y él se lo agradeció.
A medida que va desarrollándose la narración, Koskoosh va arrojando las ramitas con las que contaba al fuego, y procede a seguir meditando. Sigue abordando el tema de la muerte. Lo lleva a los animales (conejos, ardillas, osos) y cómo también los atraviesa a ellos esta ley. La naturaleza designaba una misión de vida. Si se cumplía o no, no importaba. El ciclo culminaba de la misma forma para todos: con la muerte.
El anciano seguía tirando ramitas al fuego, para mantenerlo vivo, para poder continuar relatando ciertas vivencias. Cuenta cuando un día de joven y en épocas de abundancia, junto a Zing-ha, seguramente un compañero de tribu, vio cómo lobos acosaban y derribaban a un alce. Recuerda con precisión lo acontecido ese día y cómo atormentaron y hostigaron al alce hasta matarlo, pese a los reiterados intentos de éste por sobrevivir. Zing-ha le había explicado a Koskoosh que ese alce ya era viejo, que no podía seguir al rebaño y que su misión ya había terminado.
Poco a poco, mientras seguía rememorando días de su juventud, el fuego (y su vida) comenzó a apagarse y el frío (el terror y la posterior muerte) lo invadió por completo. De un momento a otro, el viejo notó la presencia de un lobo que le respiraba cada vez más cerca. Por su instinto de supervivencia, se defendió con una de las ramitas que estaban en el fuego y el animal se retiró. Pero no definitivamente, sino para volver con sus hermanos y rodearlo. Ahí, Koskoosh supo que ya de nada servía aferrarse a la vida, que los intentos por subsistir, como el del alce, eran en vanos. Su misión ya estaba cumplida.
Comentarios
Publicar un comentario