"Jaque mate" - Adaptación de "Los amigos", de Julio Cortázar


Consigna: Teniendo en cuenta lo que señala Barthes respecto de la catálisis, o sea que la catálisis despierta sin cesar la tensión semántica del discurso y que estas  disponen zonas de seguridad, descansos, lujos que no son inútiles, incorpore al menos tres catálisis en el cuento “Los amigos” de Cortázar (una que sea un diálogo, las otras descripciones). Justifique en un texto aparte su expansión (de modo sencillo, simplemente por qué resultaba operativo incorporarlas en ese momento de la historia o qué podían agregarle al lector, entre otras posibles).
A su vez, considerando lo que dice también Barthes en torno de los núcleos, esto es, que “la supresión de uno de los núcleos produce la alteración de la historia”, modifique alguno de esos núcleos en el cuento “Los amigos” de Cortázar de modo que la historia cambie. (Si se anima, por supuesto, puede cambiar el final del relato.)

Los amigos: Adaptación
(Final del juego, 1956)
          En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Bel­trán recibió la información pocos minutos más tarde.
Nuevamente, el trabajo sucio te toca a vos, Belt.
 Entendido, jefe.
 Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mien­tras se bañaba en su departamento, escuchando el no­ticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pen­sar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas infor­maciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza de la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a en­contrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Se trataba de cuatro muchachos, de entre cuarenta y cincuenta años, todos, además de viejos amigos, compañeros de trabajo de Beltrán. Todos los jueves, día que se retiraban antes de las oficinas, se reunían a tomar el tradicional café cortado con medialunas.
 Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido —y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo— todo quedaría despa­chado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido.
Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Lucía cansado y con ojeras dignas de alguien que lleva noches sin pegar un ojo. Tenía ganas de sacarse ese trámite de encima para poder darle fin a ese asunto. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apre­taba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia.
         A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Cuando lo hizo, Romero percibió que un automóvil negro se puso en marcha y comenzó a acercarse hacia donde él estaba, con suma cautela, hasta ponerse a su lado. Cuando se le ubicó paralelamente, apenas notó que estaba bajando la ventanilla, y con la misma velocidad de alguien que conoce a la perfección sobre portación de armas, en fracción de segundos, tomó la glock que llevaba sujetada en la zona de la cadera, dio media vuelta y le voló la cabeza de un solo disparo.

 Explicación de mis expansiones:
La primera catálisis que utilicé fue con el recurso del diálogo entre Número Uno y Beltrán. La incluí, más que nada, para sumar al relato el hecho de que, detrás del crimen que se buscaba cometer, había una relación entre éstos de superior-subordinado. Además, "juego" con el hecho de mostrar que quien debía acatar las órdenes no era un inexperto en la materia de matar ("Nuevamente...").
La segunda expansión la situé allí buscando agregar información de personajes que no son fundamentales en el relato. Amplío y describo sobre cuestiones que no forman parte de la armazón principal de la trama narrativa.
La última expansión fue meramente descriptiva. Cuento el semblante de Beltrán previo a que hiciera lo que se le había ordenado.
Lo que tiene que ver con el núcleo, a mi entender, abordé el principal al modificar de forma drástica el desenlace del cuento. No es Beltrán quien asesina, sino quien resulta asesinado. Pensé en agregar mayor información, pero preferí terminarlo allí y que quedaran varias aristas abiertas: ¿Sabía Número Uno quién era Romero? ¿Éste sospechaba de lo que estaban tramando en su contra? ¿Cómo adquirió esa habilidad en el uso del arma? ¿Era policía, delincuente? ¿Cómo sigue la historia post asesinato de Beltrán? ¿Romero huye o va al encuentro con sus amigos? ¿Qué le depara a Número Uno?
Son todos interrogantes que me parecieron interesantes que puedieran surgir en el lector tras darle esa vuelta de tuerca al final del cuento.



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